LIBRO: Nunca Jamás

NUNCA JAMÁS

Carola Martínez Arroyo

Reto Tsundoku

En este libro, la historia nos la cuenta Fiorella, de 13 años. Tiene una hermana, Maggie, de 4. Y papá y mamá que parece, se aman y llevan una buena relación. Ella acaba de cambiar de escuela, toma el autobús para trasladarse a la escuela sola y por el móvil avisa: ya me subí; y al rato: ya me bajé (le avisa a su mamá). Su mamá es cariñosa, está al pendiente de ellas y trabaja desde casa porque es traductora.

Pero un día, la mamá amanece enferma, va al hospital y no regresa. La muerte súbita golpea con fuerza a toda la familia, no solo hijas y marido; sino a abuelos y tíos. Todos tratan de asimilar la pena de diferentes maneras y como siempre que hay una crisis, las fracturas que ya estaban ahí se harán mucho más visibles con la tragedia.

El título viene porque la madre estaba trabajando en la traducción de Peter Pan, que ahora Fiorella le lee a Maggie. Y por supuesto, porque con la muerte nos enfrentamos a todos esos nunca, jamás: escuchar la voz del ser querido, verse en su mirada, contarle cosas y contar con su retroalimentación, saberse cuidada y mimada por él. Debe ser terrible perder a la madre siendo tan pequeñas. Fiorella lo sufre, y sufre por su hermana y todo lo que ella vivió con su mamá que sabe que le será negado a Maggie.

El padre entra en una depresión que lo tiene confinado en su cuarto. No puede hacerse responsable de sus hijas (ni de sí mismo). La abuela materna es una inútil a la que detesté: no atiende a sus nietas que porque no puede entrar en casa de la hija sin llorar (pero bien que sale de viaje, comidas con las amigas, etc) y manda al abuelo paterno con cosas materiales cuando cree que eso puede suplir su presencia. La abuela paterna trata de ayudar, tiene que dividirse entre atender su propia casa (y al marido que es como un nene berrinchudo y que tampoco ayuda y nada más demanda atención) y la casa del hijo, además de que sufre de ver al hijo descuidado, sin comer, que a pesar de tratamiento y tratamiento contra la depresión no puede salir.

Y en medio de todo esto, las niñas. Esas niñas que ahora son como los niños perdidos de Peter Pan, ansían encontrar una madrecita como aquellos la encontraron en Wendy.

Me levanté temprano y fui a su estudio. Estaba todo como siempre. Un lápiz arriba de la mesa, un montón de papeles. Un libro puesto para abajo. Me dieron ganas de ordenar y a la vez ganas de no tocar nada. Pensé que quizá podríamos convertir el estudio en un museo, no abrir las ventanas y guardar todo así para siempre.”

La falta de tacto de los adultos ante el duelo que viven las niñas: “no hay dolor más grande que el de perder un hijo” le dice el abuelo -que ha perdido a la hija- a la nieta -que ha perdido a la madre.

Extraño A mi mamá en las cosas chiquitas, las toallitas higiénicas, por ejemplo. Mi mamá sabía cuando estaba menstruando y le decía “menstruar”, no “la regla”, no “estoy con lo días”: “Menstruar”. Me decía todo el tiempo que no hay que avergonzarse, que mancharse no es la muerte de nadie. Me enseñó a llevar toallitas en la mochila por si acaso, a usar tampones sin tener miedo de perder la virginidad. Ahora nadie se ocupa, ni me las compran en el súper. El otro día me vino en el aula y tuve que hacer un colchón con papel higiénico y esperar a llegar a casa. Me manché toda.”

Fiorella comienza a asistir a terapia, y ahí se da cuenta de que quiere que su papá mejore, que la cuide, que nunca jamás deje de quererla. Se da cuenta de que necesita quien la rete, quien le ponga límites, que le ha tocado ser lo que no ha elegido: una adolescente a la que la madre se le ha muerto.

No tiene un final bonito, porque no sería real. Las pérdidas no se resuelven, aprendemos a vivir con ellas. Pero es un libro hermoso, que retrata con mucha fidelidad como se vive el duelo. Las preguntaxs que nos hacemos, lo que extrañamos del ser querido. Lo difícil que es volver a funcionar con nuestro mundo destruido. Me encantaron las citas de Peter Pan, y cierro con esta:

«No fue el dolor, sino la falta de lealtad lo que paralizó a Peter Pan hasta dejarlo completamente indefenso. No supo sino quedarse mirando horrorizado a su enemigo con los ojos muy abiertos. Todos los niños se quedan así, igual que Peter Pan se quedó, cada vez que se los trata injustamente. Una vez que son nuestros se sienten con derecho a recibir para siempre nuestra lealtad. Después de cometer una injusticia con ellos, no seguirán amando, pero nunca será igual, ellos no serán los mismos Ningún niño vuelve a levantarse igual luego de caer por primera vez ante la injusticia. Ninguno excepto Peter Pan, tantas veces como tropezaba con la injusticia, volvía a olvidarla, esta era acaso la diferencia más importante entre él y todos los demás niños».

¿Es nunca jamás a donde vamos cuando no queremos enfrentar nuestros dolores? ¿Donde no crecemos porque no aprendemos de la pérdida? ¿Un lugar donde podemos refugiarnos, pero no podemos quedarnos si queremos seguir viviendo? El duelo es tan difícil y tan personal, tan solo podía pensar en esos adultos que a veces, preocupados por cumplir con lo que la rutina pide se olvidan de sentarse a abrazar al doliente, a preguntar como están, que necesitan, como van viviendo lo que les ha tocado. Ojalá que como Peter en esa última cita, se levanten de la injusticia que les ha tocado en suerte.

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